Cuenta la historia que San Isidro, patrón de la ciudad de
Madrid, nació a finales del siglo XI en esta ciudad, de una familia muy
humilde, por lo que tuvo que dedicarse a trabajar el campo para propietarios de
tierras. Juan de Vargas es el más conocido de ellos; tenía sus tierras al otro
lado del puente de Segovia, en un espacio que viene a coincidir con el lugar
donde está hoy su ermita.
La tradición habla de San Isidro «Labrador» como un hombre
muy piadoso, que rezaba siempre antes de iniciar sus tareas, lo que le valió
acusaciones de vago ante su patrón. Éste, escondido entre unos arbustos,
observó cómo, mientras Isidro rezaba, los ángeles guiaban a los bueyes para que
arasen solos.
En una ocasión, reinando una gran sequía, Isidro golpeó con
una vara unas rocas y de ellas brotó un generoso riachuelo. Ese es el agua que
aún hoy se conserva, como una fuente, en su ermita, que los devotos van a beber
–y a llenar con ella garrafas y botellas– haciendo cola durante varias horas.
Dios le protegió tanto que, cuando su hijo cayó a un pozo, le puso a salvo.
Esta relación con el agua es característica de San Isidro, a quien aún hoy en
día se saca en procesión para que haga llover cuando la sequía es extrema.
Se casó con María de la Cabeza y ambos estuvieron viviendo
en Torrelaguna. Al morir Isidro, le enterraron en la iglesia de San Andrés.
Cuarenta años después, se le exhumó y se descubrió que su cuerpo estaba
incorrupto, lo que extendió peticiones de santidad. Sin embargo, no fue hasta
el siglo XVII cuando, tras haber curado la presencia de sus restos
milagrosamente al rey Felipe III, se inició el proceso que llevaría a su
santidad.
San Isidro descansa hoy en la colegiata situada en la calle
de Toledo (junto a Puerta Cerrada), que, por cierto, fue catedral de Madrid
desde 1885 hasta 1993, año en que la Almudena pasó a desempeñar este papel
No hay comentarios:
Publicar un comentario